Evolución: Teoría y Evidencia
La teoría
de la evolución de Darwin se considera, con justicia,
como el mayor principio unificador de la biología. Darwin no fue el
primero en proponer una teoría de la evolución, pero fue el primero que
describió un mecanismo válido por el cual podría ocurrir. Su teoría difería de teorías
previas en que él imaginaba a la evolución como un proceso doble, que dependía:
1) de la existencia de variaciones heredables entre los organismos, y
2) del
proceso de selección natural por el cual algunos organismos, en virtud de sus
variaciones heredables, dejaban más progenie que otros.
Existen
numerosas evidencias que ponen de manifiesto la existencia del proceso
evolutivo. Distinguiendo el campo del que provienen, pueden reconocerse cinco fuentes
de evidencia: la observación
directa, la biogeografía, el registro fósil, el estudio de las homologías y la
imperfección de la adaptación.
Desde la
época de Darwin, se ha acumulado una gran cantidad de nuevas evidencias en
todas estas categorías, particularmente en los niveles celular, subcelular y
molecular, que destacan la unidad histórica de todos los organismos vivos. Una
debilidad central de la teoría de Darwin, que permaneció sin resolver durante
muchos años, fue la ausencia de un mecanismo válido para explicar la herencia.
En la
década de 1930, el trabajo
de muchos científicos se plasmó en la Teoría Sintética de la evolución, que
combina los principios
de la genética
mendeliana con la teoría darwiniana. La Teoría Sintética ha proporcionado -y
continúa proporcionando- el fundamento del trabajo
de los biólogos en sus intentos por desentrañar los detalles de la historia de
la vida.
Proceso Evolutivo
Todas las especies de
organismos tienen su origen en un proceso de evolución biológica. Durante este
proceso van surgiendo nuevas especies a causa de una serie de cambios
naturales. En los animales
que se reproducen sexualmente, incluido el ser humano, el término especie
se refiere a un grupo
cuyos miembros adultos se aparean de forma regular dando lugar a una
descendencia fértil, es decir, vástagos que, a su vez, son capaces de
reproducirse. Los científicos clasifican cada especie mediante un nombre
científico único de dos términos.
En este sistema
el hombre
moderno recibe el nombre de Homo sapiens.
El mecanismo del cambio
evolutivo reside en los genes, las unidades básicas hereditarias. Los genes
determinan el desarrollo
del cuerpo y de la conducta
de un determinado organismo durante su vida. La información
contenida en los genes puede variar y este proceso es conocido como mutación.
La forma en que determinados genes se expresan —cómo afectan al cuerpo o al
comportamiento de un organismo— también puede variar. Con el transcurso del
tiempo, el cambio genético puede modificar un aspecto principal de la vida de
una especie como, por ejemplo, su alimentación, su
crecimiento o sus condiciones de habitabilidad.
Los cambios genéticos
pueden mejorar la capacidad de los organismos para sobrevivir, reproducirse y,
en animales, criar a su descendencia. Este proceso se denomina adaptación. Los
progenitores transmiten mutaciones genéticas adaptativas a su descendencia y
finalmente estos cambios se generalizan en una población —un grupo de
organismos de la misma especie que comparten un hábitat
local particular. Existen numerosos factores que pueden favorecer nuevas adaptaciones,
pero los cambios del entorno desempeñan a menudo un papel importante. Las
antiguas especies de homínidos se fueron adaptando a nuevos entornos a medida
que sus genes iban mutando, modificando así su anatomía (estructura
corporal), fisiología
(procesos físicos y químicos tales como la digestión) y comportamiento. A lo
largo de grandes periodos de tiempo esta evolución fue modificando
profundamente al ser humano y a su forma de vida.
Los científicos estiman
que la línea de los homínidos comenzó a separarse de la de los simios africanos
hace unos 10 o 5 millones de años. Esta cifra se ha fijado comparando las
diferencias entre el mapa genético del género
humano y el de los simios, y calculando a continuación el tiempo probable que
pudieron tardar en desarrollarse estas diferencias. Utilizando técnicas
similares y comparando las variaciones genéticas entre las poblaciones humanas
en todo el mundo, los científicos han llegado a la conclusión de que los
hombres tal vez compartieron unos antepasados genéticos comunes que vivieron
hace unos 290.000 - 130.000 años
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